Parque Conmemorativo del Genocidio
Poblado de Sobrevivientes de Rugerero
Gisenyi, Rwanda (2004 – Present)
(Extraído de la Charla TED de Lily Yeh: “From Broken To Whole” -“De partidos a enteros”)
Before and After
Cuando miro para atrás, todavía me sorprende que este proyecto haya sido posible. ¿Cómo podía yo -una artista que no recibió invitación, que contaba con tan pocos recursos y experiencia, y que ni siquiera tenía a Ruanda en su agenda – viajar allí y conseguir edificar un monumento para conmemorar el genocidio? Mi respuesta en pocas palabras es que la vida me llamó y yo respondí.
En 2004, mientras asistía a una conferencia internacional, escuché la historia relatada por Jean Bosco Musana Rukirande, un representante de la Cruz Roja, sobre el sufrimiento de su pueblo. Me conmovió profundamente y decidí visitarlo. Ninguno de los dos hubiera podido imaginar que nuestro trabajo conjunto con los sobrevivientes a lo largo de un período de diez años crearía comunidades y transformaría vidas.
Vi la fosa común en 2004.
Me pregunté: “¿Cómo la gente podría sanar si sus seres queridos estaban enterrados en ese lugar?” Una sobreviviente me dijo: “Cada vez que pasó por ahí, mi corazón se quiebra. Fue cómo matarnos dos veces”.
Quería incorporar el concepto de belleza en el diseño del monumento.
Los sobrevivientes me pidieron construir una bóveda para que sus seres queridos pudieran ser enterrados correctamente. La idea me asustó. Los huesos están íntimamente ligados a la psiquis nacional de terror y profundo dolor. Pero juntos, lo logramos. Cuando la bóveda se volvió demasiado húmeda para conservar los restos óseos, cubrimos toda la superficie del monumento con mosaicos para mantenerla seca. Tecnología sencilla pero altamente efectiva.
¡Tan apropiado fue hacer mosaicos que nos ayudó a solucionar el problema! En esta comunidad golpeada por el dolor, a través del trabajo conjunto con los trozos de mosaico rotos, pieza por pieza, las personas comenzaron a transformar su sufrimiento y angustia en esperanza y alegría.
El 7 de abril de 2009, el día de duelo nacional, miles de personas caminaron kilómetros en una procesión sombría hacia el monumento conmemorativo del genocidio. Todos se colocaron en fila para entrar a la bóveda. Me sobrecogió ver que no solo honraban a las víctimas, sino que algunos tuvieron que abrir los ataúdes para mirar los huesos blanqueados. Quince años después, todavía era muy difícil sobrellevarlo. Pero de algún modo a través de dolores y quejidos desgarradores, la sanación comenzó.
Los sobrevivientes nos dijeron: “Cuando vemos la belleza, vemos la esperanza. Nuestros seres queridos ahora pueden regresar a casa con honor y dignidad”.
El arte y la belleza sanan.